Como las aguas de un río
- Julieta Bilik

- 11 jun 2018
- 5 Min. de lectura
Por Julieta Bilik
Publicado en La Agenda Revista el 11 de Junio de 2018.
Un restaurant secreto de comida árabe, una obra sobre el acto de crear y un documental sobre las puebladas contra la violencia policial en Los Ángeles.
Restaurant: Al Fares (Aráoz 1047, CABA)
No es fácil salir a comer afuera y sentirse como en casa. O, al menos, como en una casa. En Al Fares no solo la comida tiene sabores caseros sino que el ambiente también es familiar. Se huele en el aire, se siente en cada bocado, en el detalle con el que los platos son elaborados: sin ostentaciones y con el ingrediente noble que los define como elemento fundamental.
Detrás de los ladrillos pintados de su fachada y su escueta ornamentación, que incluye algún empapelado y cuadros con motivos religiosos renacentistas, hay una historia de familia, exilio y superación. Llegados desde Damasco hace un par de años, la familia propietaria -que atiende y cocina- logró “hacerse la América” gracias a la receta original de la masa filo, un trato amable y precios lejos de la avivada local. Hoy, su restaurante tipo casona es concurrido y, sobre todo, muy recomendado por el inigualable -y tan envidiado por publicistas- boca en boca.
Nos reunimos un domingo a la noche para festejar un cumple sub 30. Siempre más allá de las tendencias, tengo la sensación de que éste grupo las marca. Lo que primero hacen, aunque al principio los hace parecer bichos raros, luego se vuelve tan popular como la cancha de Boca, o un poco menos, pero bastante. Así pasó con los influencers que descubrieron las camperas de tela de avión, el retorno a los Pokemón, Lena Dunham, los peruanos del Abasto y Once y, ahora, las riñoneras. Dirigidos por esa antena eligieron Al Fares para terminar el fin de semana y no deprimirse en el intento. Lejos de los lujos, cerca de lo que une e identifica.
La comida es, ante todo, fresca y casera. Con delicadez y sin suntuosidad cada bocado cumple con el sabor que promete. El hummus es muy delicado y sutil, y los burak de queso y ricota la rompen. La selección de postres también es muy recomendable. Fiel al menú típico de la comida árabe, las propuestas se parecen un poco entre sí por la escueta variedad de ingredientes. ¿El dato? No dejen de probar el harise, una especie de bizcochuelo húmedo de sémola y coco bañado en almíbar. Lo que no nos gustó, hay que decirlo porque el que avisa no traiciona, es el keppe crudo. Le faltaba limón, la cebolla estaba poco cocida, nuestro paladar no estuvo listo para tanta disrupción, ¿quién lo sabe? Para nosotros hubiera sido mejor evitarlo.
Si van en grupo lo ideal es hacer un pedido tipo popurrí para probar de todo bajo el concepto de “picada árabe”. Y no olviden concentrarse en los olores que circulan, la parra que está en el patio, lo acolchonado de las sillas retro (atención: solo están en una de las mesas, en el resto son de madera) y la mirada profunda de quienes atienden: reconfortados por haber superado el exilio y la guerra. Más allá de todo eso, sugiero probar un shawarma al plato y permitirse la gran experiencia que significa visitar Al Fares antes de terminar el fin de semana.
Teatro: Las ideas, de Federico León (Zelaya 3134, CABA)
Recomendada desde hace años, el destino me encuentra con el momento para verla. ¿O debería decir experimentarla? Una experiencia teatral 360 que incluye al olfato, al intelecto y va un poco más allá de la visión.
En Las ideas, Federico León -su autor, director e intérprete- desnuda los dispositivos de representación: como se crea el verosímil y qué importancia tiene. En al menos tres momentos ocurren en la escena hechos que incomodan al espectador pero, a diferencia de otras propuestas, no apelan a preconceptos, sino a su propia corporeidad. Y se celebra que el cuerpo del que mira, arrumbado en muchos otros casos, vuelva a ser un actor clave del hecho teatral.
La trama es sencilla: dos amigos -mesa de ping pong, teclado y proyector mediante- piensan en su próxima obra de teatro performático. Poco metódicos, el tiempo pasa mientras discuten cómo trasladar ciertas acciones (fumar marihuana, abrir una botella de whisky, explotar un globo, hacer una llamada telefónica real) a la representación. Y a partir de ahí, las preguntas: si los espectadores saben que somos actores, ¿por qué creen las cosas que decimos? ¿Es necesaria la ficción para sobrellevar la vida humana? ¿Puede el teatro trasladarnos a una zona fuera de confort? ¿De dónde surgen las ideas?
La obra fue reestrenada en abril en la casa-jardín de Federico León en el Abasto (en donde hasta hace poco vivía con la escritora, actriz y directora Agostina Luz López). Desde que se atraviesa el portón de metal que separa el pasaje Zelaya de la propiedad privada, el ambiente se vuelve extraño. Como en otra dimensión, el silencio, el verde, la oscuridad y algunas luces de colores se entremezclan en una atmósfera que plantea quietud y aislamiento. Y en la casa de madera tipo japonesa donde se desarrolla la obra, con una sola puerta de entrada/salida a la vista, la comunión y el desconcierto se profundizan. 60 minutos pensados para volver a preguntarse por el origen -tanto en la vida como en la escena, que para mí son muy distintas- de todas las cosas: las ideas.
Documental: LA 92, de Dan Lindsay y TJ Martin (Netflix, 2017)
Íntegramente realizado con imágenes de archivo, sobre todo televisivas, LA 92 es un documental de National Geographic que retrata las puebladas contra las desigualdades sociales y raciales en Los Ángeles tras la sentencia del caso Rodney King, que juzgó a varios agentes de policía. Con una primera sentencia que los condenó por el uso excesivo de la fuerza durante la paliza a King -producida luego de haberlo perseguido por manejar excediendo el límite de velocidad permitido-, el juicio fue trasladado a otro juzgado en Simi Valley, una zona predominantemente blanca de Ventura County, donde el jurado rechazó todas menos una de las acusaciones. De allí la indignación popular.
La tensión en ascenso y los puntos de giro producto de nuevos embates sociales son las claves de un relato atrapante que no deja de sorprender por su crudeza. Aunque los planos que muestran a los cuerpos rendidos y sin vida en las calles son innecesarios. El resto se construye con audios de la radio policial, imágenes caseras, fragmentos de entrevistas televisadas, crudos de noticieros en vivo y fotografías, creando una narración polifónica y certera a la vez.
De estructura cíclica, el documental marca el conflicto que atraviesa la sociedad norteamericana desde su fundación. Tras la Guerra de Secesión y aun habiendo atravesado el movimiento por los derechos civiles para los afroestadounidenses durante los 60, la cuestión de la integración sigue siendo una cuenta pendiente que se profundiza cada día más con la llegada de nuevas corrientes migratorias que quieren cumplir su “sueño americano”.
¿Lo curioso? Mientras las calles de Los Ángeles se prendían fuego -literalmente hablando-, Tom Bradley era su alcalde. Ex policía, demócrata y afrodescendiente, al asumir su puesto había citado a Martin Luther King: “Me siento honrado de estar aquí hoy y contemplar rostros de muchos colores entremezclarse como las aguas de un río. Sin embargo, solo miro un rostro: el rostro del futuro”. Aunque con ese rostro de frente y otros nuevos como horizonte, es claro que lo nuestro sigue siendo un río con demasiadas corrientes que aun no terminan de apaciguarse. Un futuro no tan amalgamado como King hubiera querido.



Comentarios