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Dandys, tanos y aceitunas

Por Julieta Bilik

Publicado en La Agenda Revista el 19 de marzo de 2018


Un documental sobre Gay Talese y la posverdad, un bar que recupera la tradición el vermú y un libro de memorias sobre el fascismo italiano.


Voyeur, de Myles Kane y Josh Koury (Netflix)

¿Qué se le pasa por la cabeza a un periodista cuando decide publicar información que no puede ser verificada y proviene de una única fuente? Alrededor de este dilema gira el documental de Myles Kane y Josh Koury. Pero el entramado es un poco más complejo.

Gay Talese, el mismo que en 1965 escribió “Frank Sinatra está resfriado”, un perfil sobre la voz del siglo XX considerado el mejor de la historia entre todos los publicados por la revista Esquire, y que, junto al trabajo de sus contemporáneos Tom Wolfe, Truman Capote y Norman Mailer, dio origen a lo que se llamó el Nuevo Periodismo (el único movimiento periodístico que, como tal, sigue teniendo adeptos); 51 años después firmó El motel del voyeur, un libro basado en las observaciones e informes que un hombre llamado Gerald Foos hizo tras años de espiar a los huéspedes de su hotel en las afueras de Denver mediante un mecanismo arquitectónico que diseñó ad hoc. A su vez, el documental reflexiona sobre la polémica que generó el libro y su compleja relación con lo verdadero, lo verificable y la ética periodística.

La película empieza con una secuencia que describe los valores de Talese: su dedicación al trabajo, su meticulosidad para conservar y organizar material de archivo, su devoción por lo chequeable y la elegancia de su estilo. Con este comienzo -que se parece a un pie de página- se establece la idea de excepcionalidad sobre el caso que narra la película. Y, como en las puertas de la percepción, se abre el portón que declara oficialmente el inicio de otro tiempo.


Post-truth” fue la palabra internacional del 2016 según el Oxford English Dictionary y entró en el de la Real Academia Española como “posverdad” a fines del año pasado. Allí se la define como “la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Basándose en que “lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino, por el contrario, en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva”, el término llegó para confirmar lo que el posmodernismo había logrado deconstruir pero no se animó a nombrar. Si las grandes verdades no eran más que procedimientos discursivos y relatos que posibilitaron la idea de lo social en un mundo aplastado por la desigualdad y el absurdo, solo hacía falta un poco de coraje para -al fin- asignarle un término.


Volviendo a la película, Talese declara empatía con Gerald Foos porque, según dice, él mismo siempre ha sido un voyeur y ha construido su existencia a través de la acción de mirar la vida de otros. Y confiesa que cuando le llegó, tras la publicación de La mujer de tu prójimo (un compilado sobre la vida sexual norteamericana), la carta de Foos proponiéndole conocer su hotel, pensó: “Es el tipo de gente sobre la que quiero saber más y más”. Y hubo, como en el comienzo de toda actitud periodística, curiosidad.


Viajó y vivió la experiencia de espiar. Pero no publicó nada porque Foos se negaba a que se diera a conocer su nombre. Entonces, Talese no podría cumplir el pacto de verosimilitud y verificación que, en esos tiempos, exigía el periodismo. Pero este no es un documental historicista y 36 años más tarde, Foos, consciente de la prescripción de sus delitos, acepta hacer público su nombre con el afán de no llevarse secretos a la tumba. Por eso Talese se anima a publicar ignorando que ahora todas las sospechan le caen encima y se encuentran varias inconsistencias en su “información”, pero ni eso es capaz de despeinar al dandy del periodismo, era de la posverdad mediante.


Bar La Fuerza (Av. Dorrego 1409)

Se acabababa un miércoles de enero sofocante y aunque el sol todavía estaba radiante, ya asomaba la sed que acecha cada atardecer de verano. La casualidad quiso que estuviéramos en el lugar indicado y que, no sin sorpresa, descubrieramos La Fuerza, en la intersección de la avenida Dorrego y Castillo, en el límite entre Chacarita y Palermo que, aunque algunos llamen Chacalermo y otros Palermo Death, es el barrio del cementerio.

Allí, la propuesta es binaria: vermú rojo, de malbec; o blanco, de torrontés. Ambos de origen andino y despachados desde grifos. Sin dudas, un lugar que viene como anillo al dedo para aquel crepúsculo caliente en el que necesitábamos -como nunca- algo refrescante. Y con más cuerpo -y alma- que una cerveza helada.

Pero, como no solo del espíritu vivimos los seres huamanos, surgió la necesidad de picar algo. ¿La oferta? Platos caseros en sus versiones profesionales incluyendo buñuelitos, tortilla de papas y provoleta. O una decisión más escueta, pero no por eso menos sabrosa: tríptico de copetín con tres ingredientes entre los que se puede elegir aceitunas, quesito Mar del Plata, lupines y más. Nosotras optamos por un triolet y unas papas fritas de paquete con sal marina de esas que no se venden en los kioskos.

Aunque La Fuerza parece vintage, es una actualización de lo que se usaba antes pero con materiales de ahora; un trago amargo y un tentempié que trasladan sin escalas a las raíces porteñas ítalo descendientes. Cada vermú cuesta $90, aunque hay dos por $100 de martes a sábado, de 18 a 19.30 h. Y una gran propuesta es su cuenta de Instagram, en la que narran la historia del emprendimiento y sus mitos fundantes; despliegan su estética y, poco a poco, persuaden sobre la tan antigua como actual acción porteña de vermusear.


Crónica de mi familia, de Vasco Pratolini (Tusquets, 2017)

En un gesto azaroso vuelvo a los temas de las dos cosas que ya estuve mirando: las raíces italianas y la problemática sobre “lo verdadero”. Se topa conmigo en medio de la inmensidad de la web, el primer capítulo de este libro de 174 páginas, publicado por primera vez en 1946. Lo leo y salgo corriendo a comprarlo. Está medio agotado, pero me esfuerzo y lo consigo.

Vasco Pratolini narra en segunda persona: es un libro dedicado a su hermano Ferruccio que transcurre en la Italia de entreguerras, entre Florencia, el campo y Roma. Narra la hermandad, la relación de culpa y cargo con su abuela, la pubertad y las privaciones durante la primera adultez producto de perseguir los sueños. Pratolini quiere ser periodista y escritor, y para alguien que no fue a la escuela y se crió en la Italia fascista, es todo una epopeya.

Es una escritura simple, de acciones, imágenes y detalles, a las que suman algunas reflexiones. En un tono justo de empatía y sin golpes bajos (no derramé ni una sola lágrima, aunque es la historia de un auténtico Pantriste), es un retrato tangente de la guerra y el fascismo aunque, como advierte Juan Forn en el prólogo, “no se menciona ni una sola vez la palabra Mussolini”.


Colaborador del neorrealismo italiano, el autor fue guionista de Rocco y sus hermanos y de Paisá, y el espíritu de ese movimiento cinematográfico -costumbrista y trágico a la vez- es el mismo que recorre estas páginas familiares, sobre los territorios de la infancia y de la fe. Porque, en este caso, la única redención posible no es la muerte, sino la literatura.


JULIETA BILIK

Julieta Bilik es periodista y trabaja en comunicación institucional. Es colaboradora de La Nación y se especializa en cine, teatro y gastronomía. En Twitter es @julietabilik.

 
 
 

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